No creía en Dios y ayer ingresó en el convento de las Hermanas Pobres de Algezares

Lidia Cortés Pujalte, de 22 años, ingresó ayer en el convento de Santa Verónica de las Hermanas Pobres de Santa Clara de Algezares (Murcia). Desde allí comparte con nosotros la historia de su vocación, que empezó de forma inesperada.

«Me he encontrado conmigo misma, me he encontrado con Dios», dice Licia Cortés sobre su vocación. Natural del pueblo alicantino de Aspe, tiene 22 años y acaba de entrar como aspirante en el convento de Santa Verónica de las Hermanas Pobres de Santa Clara, en la pedanía murciana de Algezares.

Todo empezó con una invitación que le hizo su prima: ir con ella a un retiro de Pascua que se celebraría en el convento de Santa Verónica. Lidia no era creyente, pero accedió a acompañarla. Ya había pedido los días libres necesarios en el trabajo cuando, una semana antes del encuentro, su prima cayó enferma. Si iba, tendría que ser sola. Después de pensarlo mucho, Lidia decidió acudir al retiro pese a todo. «Yo venía sin creer en Dios, sin conocer a las hermanas ni a las otras chicas. No sabía qué hacía yo ahí, ni entendía la forma de vida del convento», cuenta Lidia; aunque el segundo día de retiro todo cambió: «Tuve un encuentro con Dios en una adoración al Santísimo, en Viernes Santo. Me eché a llorar y a partir de esa tarde me sentía súper feliz, con una confianza en mí que nunca había tenido», explica. Sin embargo, al no conocer todavía a Dios, pensó que simplemente se había emocionado y no le dio mayor importancia.

Cuando volvió a casa, no obstante, estaba inquieta. No sabía qué le ocurría. No dejaba de llorar, no podía comer, y decidió volver a hablar con las hermanas. En cuanto estuvo de nuevo con ellas, fue automático: volvía a sentirse bien. «Desde entonces, ir al convento era una necesidad. Me salía una sonrisa que nunca había tenido. Me decía: “Aquí soy yo misma”».

Lidia comenzó un proceso de discernimiento que duró meses. Como parte de él, además de tener acompañamiento espiritual y de visitar el convento, hizo el Camino de Santiago con las hermanas, realizó con ellas una experiencia de un mes. «Era todo para quitarme la idea de la cabeza, para decirme “esto no es lo mío”. Pero siempre estaba esa otra pregunta: “¿Y si es para mí?”», confiesa con una sonrisa, porque la respuesta resultó ser sí: «Me sentía en casa, como si hubiera estado toda la vida con las hermanas. Había una confianza muy bonita y, después de saberme amada por Dios, no necesitaba más». Decidió que era cuestión de abandonarse a la voluntad de Dios y, después de la experiencia que vivió con las hermanas y de recibir su confirmación de que la admitirían en la comunidad, finalmente ingresó en el convento.

La celebración tuvo lugar ayer, 8 de enero, en el convento de Santa Verónica. Acompañada por amigos y familiares, Lidia participó con las hermanas en la Eucaristía de acción de gracias por su vocación. Después, dio comienzo el rito de admisión. Lidia se vistió la túnica en una habitación, con su madre y su hermana; llamó tres veces a la puerta del convento y, tras la apertura de la puerta, recibió la bendición del sacerdote. A continuación, se arrodilló frente a las hermanas para recibir de la abadesa la bendición de santa Clara, besar el crucifijo y también el suelo. El rito se cerró con el abrazo de las hermanas, signo de acogida, y con una visita al locutorio para despedirse de su familia. «Fue una celebración muy entrañable, muy bonita. Tanto Lidia como sus familiares estaban muy contentos», cuenta la abadesa del convento, Leo Sánchez.

Ya como aspirante, Lidia permanecerá en Santa Verónica, donde dentro de seis meses podrá comenzar su postulantado. 

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